viernes, 18 de marzo de 2016
Un artículo de Elisa Guerra Doce sobre nuestro principe de la Edad del Cobre.
La
tumba de un príncipe en Fuente Olmedo:
Un
referente para el estudio del campaniforme en tierras vallisoletanas
ELISA GUERRA DOCE | UNIVERSIDAD
DE VALLADOLID
Hace algo más de 4000 años falleció un
joven de linaje aristocrático en la localidad vallisoletana de Fuente Olmedo,
al sur de la provincia. No contamos con ningún documento escrito que aluda a
este suceso, por lo que nunca podremos conocer el nombre de aquel muchacho ni
tampoco los detalles de su trayectoria vital. De hecho, tampoco habría quedado
constancia de su mera existencia de no haberse descubierto su tumba de manera
totalmente fortuita un día de junio del año 1973. Aquel verano fue testigo de
uno de los hallazgos arqueológicos de época prehistórica más importantes de
nuestra provincia, siendo tal su relevancia que Fuente Olmedo se ha convertido
en un referente en el ámbito de la Prehistoria reciente peninsular y también de
la de fuera de nuestras fronteras. No fueron, sin embargo, los propios restos
esqueléticos de aquel joven prehistórico los que darían fama a este
enterramiento, sino el ajuar funerario que fue depositado junto a él para
acompañarle en su viaje a la otra vida. Lo integraban una vajilla cerámica
bellamente decorada, un rico conjunto de armas de cobre, un brazal de arquero,
una punta de flecha de pedernal y una cinta de oro. La tipología de estas
piezas, distintivas de un complejo arqueológico al que los prehistoriadores denominan
fenómeno campaniforme, permitió adscribir sin problema la
tumba a un momento avanzado del Calcolítico o Edad del Cobre y llevó a
identificar al difunto como un destacado miembro de la élite campaniforme, una
minoría social privilegiada allá por el final del III milenio a.C.
La
inhumación en fosa del pago de Perro Alto (Fuente Olmedo, Valladolid): circunstancias
del hallazgo.
Los pormenores del descubrimiento de
la tumba campaniforme de Fuente Olmedo aparecen descritos con detalle en la
monografía que los profesores Ricardo Martín Valls y Germán Delibes de Castro,
vinculados ambos por aquel entonces al área de Prehistoria de la Universidad de
Valladolid —trasladándose más adelante el primero de ellos a la Universidad de
Salamanca—, dedicaron a este yacimiento en 1974 y que sería reeditada tres
lustros después en una versión actualizada (Martín Valls y Delibes, 1989).
Gracias a ellos sabemos que el enterramiento se localizó a resultas de unos
trabajos agrícolas en una tierra situada a un kilómetro al sureste del pueblo,
a la que los lugareños conocían por Perro Alto. En un determinado punto, don
Carmelo Rincón Hernández, un vecino de la localidad que se encontraba arando
aquel pago, detectó una concentración de cantos rodados bajo la cual se disponía
una fosa de inhumación que contenía un esqueleto humano replegado y una serie
de piezas no carentes de interés que procedió a trasladar a su domicilio. Una
serie de circunstancias propiciaron que la noticia llegara a oídos de los dos
prehistoriadores mencionados, quienes rápidamente se desplazaron a Fuente
Olmedo para estudiar el conjunto funerario. Sobre el terreno, y con la ayuda de
su descubridor, localizaron una fosa ovalada de 2,90 por 2,40 metros en sus
ejes principales y 0,80 de profundidad. Siguiendo las indicaciones del señor
Rincón, pudieron determinar que el cuerpo, ligeramente desplazado hacia el
borde meridional de la fosa, había sido colocado en posición flexionada sobre
el costado derecho y mostraba orientación de sur a norte. Por su parte, los
elementos de ajuar —hoy expuestos en el Museo de Valladolid— parece que se
distribuyeron de acuerdo con el siguiente orden: la diadema o cinta de oro
habría estado en la cabeza; la docena de armas de cobre (en concreto un puñal
de lengüeta y once puntas de jabalina), más el brazal de arquero de arenisca,
junto a los brazos y en contacto con las manos; y tres vasijas de barro
bellamente decoradas con incisiones (la consabida tríada de las tumbas Ciempozuelos:
vaso campaniforme propiamente dicho, cazuela y cuenco), a los pies. Aparte de
ello se recuperó, cribando sedimentos movidos, una única punta de flecha de
aletas y pedúnculo tallada en pedernal que, junto con el mencionado brazal,
certificaba la condición de arquero del personaje inhumado.
Consideraciones
tipológicas del ajuar funerario.
De todos los objetos que integran el
ajuar funerario, fueron los recipientes cerámicos y las armas de cobre los más
elocuentes a la hora de establecer la atribución cronocultural del enterramiento.
Dos de las tres piezas cerámicas —el vaso y la cazuela, concretamente—
presentan un característico perfil sinuoso que recuerda al de una campana
invertida, de ahí que este tipo de vajilla sea conocido como campaniforme.
La misma designación recibe en los
restantes territorios por los que también se difundió esta cerámica —Europa
Central y Occidental y parte del norte de Marruecos—, constituyendo, por tanto,
un equipamiento común a aquellas sociedades prehistóricas durante gran parte
del III milenio a.C., avanzado el Calcolítico o Edad del Cobre. Si su
distintiva forma en S perduró a lo largo de toda su trayectoria, su ornamentación
experimentó algunos cambios. El llamado Estilo Internacional, variante
decorativa presente en todo el territorio campaniforme, que engloba a su vez
los estilos Marítimo y Cordado, fue progresivamente sustituido por variantes
locales: los Estilos regionales tardíos. Entre estos, uno de los de mayor
propagación en la península Ibérica fue el estilo Ciempozuelos, al que
corresponden los recipientes de la sepultura de Fuente Olmedo. Debe su nombre a
la localidad madrileña en la que a finales del siglo XIX, en 1894
concretamente, se documentó por vez primera esta vajilla en el transcurso de
las excavaciones arqueológicas acometidas en la necrópolis de la Cuesta de la Reina.
La ornamentación del campaniforme Ciempozuelos se caracteriza por su disposición
en franjas horizontales paralelas que recorren el exterior de los recipientes y
van alternando con espacios lisos; el fondo puede aparecer decorado a base de
radios que conectan la banda inferior con el ombligo de la pieza o diversos diseños
concéntricos en torno a éste, aunque en ocasiones también se deja sin decorar.
Los motivos, de marcado carácter geométrico, están realizados con anterioridad a
la cochura de las piezas mediante incisiones e impresiones, siendo mucho más
simples las decoraciones interiores. No es infrecuente que algunas cerámicas campaniformes
muestren incrustaciones de pasta blanca (calcita, huesos machacados o talco) en
sus franjas ornamentales, cuya finalidad sería potenciar el efecto decorativo y
resaltar los diseños.
Al vaso y la cazuela de Fuente Olmedo
les acompañaba, además, un cuenco hemiesférico que, aun a falta del distintivo
perfil acampanado, es asimismo catalogado como campaniforme por presentar
idénticos patrones decorativos. Estas tres piezas conforman una suerte de vajilla
o servicio estandarizado que parece guardar relación con un determinado ritual
que, merced a ciertos residuos microscópicos detectados en el interior de
algunas piezas, debe ponerse en relación con el consumo de alimentos y bebidas
en el transcurso de la celebración de ceremonias de despedida a los difuntos.
Teniendo en cuenta que cuencos y cazuelas guardan una relación volumétrica
directamente proporcional —a mayor tamaño de unos, mayor tamaño de las otras— y
que en algunas tumbas, caso del enterramiento del Pago de la Peña, en la localidad
zamorana de Villabuena del Puente, el cuenco apareció colocado en el interior
de la cazuela, es posible que aquel funcionara como elemento distribuidor de
los contenidos.
Igualmente reveladoras resultaron las
armas de cobre en cuanto a la atribución cronocultural del conjunto funerario.
Se recuperaron once puntas de jabalina que reciben el nombre de puntas Palmela,
por el municipio portugués que alberga la necrópolis de cuevas artificiales de
Quinta do Anjo donde en 1876 —ligeramente antes que el hallazgo de
Ciempozuelos, por tanto— se identificaron tanto este tipo metálico como otra de
las variantes cerámicas del campaniforme peninsular. Centrándonos en las
puntas, se trata de piezas de hoja plana más o menos ovalada y un pedúnculo
alargado y apuntado que facilitaría su enmangue. El lote de Fuente Olmedo es completamente
excepcional por el elevado número de efectivos. Son tipos originarios de la
península Ibérica donde se concentra la mayor parte de los ejemplares
conocidos, aunque también se han recuperado algunas en territorio francés y más
excepcionalmente en el Magreb. No ocurre lo mismo con el puñal de lengüeta o
espigo, ya que se trata de un tipo habitual en las tumbas campaniformes de toda
Europa. Presentan una hoja triangular y una corta espiga que serviría de
esqueleto al pomo, el cual al estar realizado en materiales perecederos no se conserva.
Nuevamente en la tumba campaniforme de Villabuena del Puente encontramos pistas
sobre el sistema de enmangue, ya que allí apareció una robusta arandela de
hueso que probablemente habría formado parte del pomo del puñal.
Si bien la metalurgia del cobre ya se
había iniciado en la península Ibérica con anterioridad, en el tránsito del IV
al III milenio a.C. —existiendo, al menos en el sur peninsular, algún indicio
de experimentación incluso en el V milenio a.C. según las evidencias del
yacimiento de Cerro Virtud, en Almería—, los dos tipos metálicos mencionados,
puntas Palmela y puñales de lengüeta, no eran parte del repertorio conocido
hasta entonces, que estaba copado mayoritariamente por punzones y hachas planas.
Sin embargo, lejos de entenderse como una innovación tecnológica de un momento
avanzado del Calcolítico, las armas de cobre de la tumba de Fuente Olmedo
constituyen objetos exclusivos de la élite social. Citando un pasaje de Germán
Delibes recogido en un trabajo que recientemente dedicó a la metalurgia campaniforme
“el metal campaniforme no es ya cualquier metal de bien avanzada la Edad del
Cobre, sino sólo aquel uncido sistemáticamente a esos enterramientos de
prestigio en los que tan particular vasija era protagonista. No se trataría,
por tanto, ni del metal de una época ni del metal de una cultura, sino de aquel
exhibido por las mismas élites que utilizaban los vasos en ritos exclusivos y
del que los arqueólogos tenemos conocimiento sobre todo a través de las
ofrendas de las tumbas”. Mucho más inexpresiva desde el punto de vista
cronológico pero igual de elitista sería la cinta o diadema de oro martillado
que se recuperó junto a la cabeza del joven de Fuente Olmedo. Se trata de una
pieza que ronda los 32 gramos de peso y cuenta con cinco perforaciones en cada
uno de sus extremos, las cuales no coinciden al superponerse. Esta
circunstancia invita a pensar que los orificios habrían servido para engarzar
tiras realizadas en materiales perecederos que facilitarían la exhibición de
esta joya. Aunque la presencia de oro no es inusual en las tumbas campaniformes,
suele adoptar la forma de pequeñas cuentas, chapitas o apliques por lo que
Fuente Olmedo también destaca en este aspecto.
El ajuar funerario contaba, además,
con una placa rectangular de arenisca, provista de una perforación en cada
extremo. Este tipo de objetos, muy habituales en las tumbas campaniformes, se
interpretan como brazales de arquero, esto es, protectores que los arqueros
colocarían en su antebrazo para mitigar el impacto de la cuerda tras la suelta.
La importancia de la arquería entre las gentes campaniformes vendría asimismo
indicada por el hallazgo en sus tumbas de las propias puntas de flecha. En el
caso que nos ocupa, se recuperó solamente un ejemplar. Se trata de un proyectil
tallado en sílex que presenta aletas y pedúnculo. No hay ninguna duda, por
tanto, que el hecho más digno de destacar del ajuar de la tumba fuenteolmedana
es, indudablemente, su riqueza. El profesor británico Richard Harrison, una de
las máximas autoridades en el estudio del fenómeno campaniforme, ha llegado a
afirmar que constituye “la más importante concentración de riqueza individual
atestiguada en el Calcolítico de la Península Ibérica” y razones no le faltan
para hacerlo. El oro, en efecto, era en aquella época tan escaso y tan
apreciado como ahora; el cobre, que por entonces tenía un valor más simbólico que
utilitario, estaba reservado exclusivamente a los más poderosos, quienes controlaban,
además, su producción; e incluso el acceso a las sofisticadas (decorativamente)
cerámicas campaniformes –que multiplicaban su coste (valor de producción) respecto
a las lisas, sin mejorar las prestaciones (valor de uso)– también debió estar
limitado a los más pudientes. Está plenamente justificado, por tanto, considerar
todos estos objetos “elementos de prestigio”, símbolos de estatus o de poder de
una cúspide social que, a juzgar por la reiterada presencia en las tumbas campaniformes
de armas (puñales, jabalinas, arcos), parece lógico relacionar con una minoría
de varones guerreros.
¿Qué
sabemos del joven inhumado en la fosa campaniforme de Fuente Olmedo y de su
ajuar funerario?
Con objeto de exprimir al máximo la
información que esta tumba prehistórica pudiera revelar, los profesores Martín
Valls y Delibes de Castro, en colaboración con diversos especialistas, pusieron
en marcha un exhaustivo programa arqueométrico para analizar por procedimientos
multidisciplinares los propios restos esqueléticos del joven y sus piezas de
ajuar. Con posterioridad se han ido llevando a cabo nuevas analíticas gracias
al avance que las técnicas físico-químicas han experimentado en los últimos
años, lo que ha permitido ampliar las posibilidades de lectura de los restos arqueológicos.
Los datos obtenidos hasta la fecha en relación con la tumba campaniforme de
Fuente Olmedo podrían resumirse en los siguientes puntos:
—Estudio antropológico: los restos
esqueléticos del individuo inhumado corresponden a un varón de más de 18 años.
—Cronología absoluta: si la tipología
de las piezas de ajuar llevó a adscribir la tumba a un momento avanzado del III
milenio a.C., los resultados de las dataciones por Carbono 14 de dos muestras
óseas del esqueleto afinaron aún más el marco cronológico, situando el momento
de la muerte del joven en torno al 2000 a.C.
—Composición metálica de las armas de
cobre: en el caso de las Palmela, se trata de cobres simples. Por su parte, el
puñal de lengüeta muestra una elevada proporción de arsénico, pero antes de
interpretar este dato como resultado de una adición intencional de este
elemento en las coladas buscando endurecer los cobres, parece que la lectura se
ajusta mejor a un aprovechamiento de un mineral cuprífero especialmente rico en
As. De este modo, nos encontramos ante un cobre arsenical aunque no un cobre
arsenicado.
—Análisis de incrustaciones de pasta
blanca: las concreciones que rellenaban los trazos ornamentales del cuenco
resultaron ser casuales, fruto de la precipitación del carbonato cálcico del
sedimento con el que se rellenó la fosa.
—Análisis de residuos: las trazas
microscópicas documentadas en las paredes internas del fondo de la cazuela
representan los posos de una bebida fermentada a base de cereales, una especie
de cerveza elaborada con trigo, no distinta de la identificada en otros
yacimientos campaniformes del interior peninsular.
Distribución de los elementos de ajuar en la fosa (Dibujo de Ángel
Rodríguez González).
Las excavaciones arqueológicas
efectuadas en distintos poblados del sector central de la cuenca del Duero
contemporáneos de la tumba de Fuente Olmedo dan muestra de una tónica de
hallazgos (mayoría abrumadora de cerámicas lisas y de útiles de piedra,
rarísimos cobres y nunca oro) muy diferente de la registrada en la sepultura de
Fuente Olmedo hasta el punto de que, de no mediar la certeza de su coincidencia
cronológica y espacial, estaría justificado preguntarse si no se trataba de documentos
arqueológicos de comunidades de distinto signo cultural. Sólo la convicción, de
acuerdo con los principios de la “Arqueología de la Muerte”, de que la
riqueza de los ajuares o la
aparatosidad de las tumbas suele ser directamente proporcional al rango social
de los individuos enterrados nos lleva a concluir que el sepulcro de Fuente Olmedo
no corresponde a un individuo cualquiera de la Edad del Cobre, cuyas ofrendas
funerarias seguramente se mantienen más a tono con las referidas de los
hábitats, sino a un personaje especial, a un individuo socialmente encumbrado
típico de unas sociedades incipientemente complejas, aún no estatales ni de
clases, que los antropólogos llaman “de jefatura”. Allá por el año 2000 a.C.,
el varón de Fuente Olmedo, pese a su corta edad (muestra, seguramente de que
había adquirido su estatus social por herencia), era con toda probabilidad un joven
príncipe de la Tierra de Olmedo, un joven aristócrata que recurría al oro y a las
armas como expresión de su poder. Y como no podía ser de otra manera, fue merecedor
de una ceremonia fúnebre de acuerdo a su rango, en la que se amortizaron sus
símbolos de estatus y en la que jugó un papel fundamental el consumo de bebidas
alcohólicas.
Dos cuestiones quedan aún en el aire:
¿dónde vivió este joven y cómo alcanzó su posición social? Por lo que respecta
a la primera de ellas, ya en su día Martín Valls y Delibes, a partir de la
información arqueológica del entorno próximo a Fuente Olmedo, barajaron la
posibilidad de que el yacimiento de Fuente La Mora, situado en el término de
Fuente de Santa Cruz, en la provincia de Segovia, pudiera corresponder al
poblado en el que transcurrió la vida de nuestro príncipe campaniforme. La
confirmación de este supuesto, empero, requeriría de excavaciones
arqueológicas, por lo que por el momento no podemos afirmar nada con
rotundidad. Mucho
más interesante, en cualquier caso, es
la cuestión sobre los mecanismos por los que el linaje de este muchacho logró
hacerse con el poder social. A escala peninsular existen evidencias que
ilustran el monopolio por parte de las gentes campaniformes sobre la actividad
metalúrgica y la circulación de minerales de cobre y valiosas materias primas
(oro, marfil, cinabrio). En la Meseta ha sido nuevamente Germán Delibes quien
ha planteado si la aparición y consolidación de las élites Ciempozuelos no
guardaría relación con la explotación y el intercambio de la sal, basándose en
la proximidad de algunas tumbas campaniformes (Pajares de Adaja, Samboal,
Portillo, Villaverde de Íscar) a bodones de carácter salino. Esta hipótesis ha
quedado confirmada tras las excavaciones que él mismo y su equipo han llevado a
cabo en el yacimiento zamorano de Molino Sanchón II, en las Lagunas de
Villafáfila, donde se ha documentado una la factoría salinera de época
campaniforme dedicada a la obtención de “oro blanco” por el método de cocción
de mueras. Haciéndonos eco de las palabras del propio Delibes, “¿cómo silenciar
que la tumba del príncipe de Fuente Olmedo se sitúa a escasa distancia de tres
de los bodones salados —Lagunas del Caballo Alba, Bodón Blanco y Aguasal— más
importantes de la región olmedana?”.
BIBLIOGRAFÍA
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DELIBES DE CASTRO, G. y DEL VAL RECIO,
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DELIBES DE CASTRO, G., GUERRA DOCE, E.
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MARTÍN VALLS, R. y DELIBES DE CASTRO,
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(Valladolid). Valladolid: Junta de Castilla y León,
Monografías del Museo Arqueológico de Valladolid (2ª edición aumentada). 1989.
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